#image_title

Salvatore y la Codorniz

2 minutos, 41 segundos Leído

Había una vez, en un tranquilo bosque, un galgo de elegante andar llamado Viento y un dóberman fuerte y protector llamado Fuego. Aunque parecían opuestos, eran grandes amigos, siempre apoyándose y ayudándose en sus aventuras. Un día de otoño, mientras paseaban juntos, escucharon un leve gemido entre las hojas caídas.

Curiosos, siguieron el sonido hasta encontrar a una pequeña codorniz con una de sus alas heridas, temblando de miedo y dolor. La codorniz miró con ojos asustados al galgo y al dóberman, pensando que aquellos dos perros grandes podían hacerle daño. Pero Viento, con su habitual calma, se acercó despacio y le susurró:

—No tengas miedo. No queremos lastimarte, estamos aquí para ayudarte.

Fuego, siempre atento y protector, se mantuvo cerca, mirando alrededor para asegurarse de que ningún peligro acechara. Sabía que otros animales podían aprovecharse de la codorniz herida, así que se quedó alerta, dispuesto a defender a su pequeño nuevo amigo.

—Gracias, pero… ¿cómo podrían ayudarme? Mi ala está rota y no puedo volar —respondió la codorniz con voz débil.

Viento, astuto y ágil, tuvo una idea. Le propuso a la codorniz montar en su lomo, para llevarla a un refugio seguro donde pudiera sanar. Con mucho cuidado, el galgo se agachó, permitiendo que la codorniz subiera con ayuda de Fuego, quien le ofreció su pata como apoyo.

Caminaron por el bosque, buscando un lugar adecuado donde la codorniz pudiera recuperarse sin riesgo. Finalmente, encontraron un pequeño claro rodeado de arbustos espinosos que, según Fuego, sería ideal para protegerla de posibles depredadores.

—Aquí estarás segura. Fuego y yo traeremos comida y agua para que no tengas que moverte hasta que estés mejor —dijo Viento con una sonrisa.

Durante los días siguientes, Viento y Fuego cuidaron de la codorniz como si fuera parte de su familia. Viento, siendo rápido y silencioso, se encargaba de traer pequeñas semillas y bayas, mientras que Fuego vigilaba el área, asegurándose de que ningún otro animal se acercara.

Cada noche, Viento le contaba historias de lugares lejanos y cielos despejados, esperando que aquello le diera ánimo para sanar pronto y volar nuevamente. La codorniz, agradecida y cada vez más fuerte, se emocionaba con las historias y soñaba con volar otra vez por aquellos mismos cielos.

Finalmente, una mañana, la codorniz sintió que su ala estaba lo suficientemente fuerte. Conmovida, les dijo a sus amigos:

—Gracias, Viento y Fuego. Nunca olvidaré cómo me ayudaron cuando más lo necesitaba.

Viento le sonrió con dulzura, y Fuego le dio un último vistazo protector, como si aún quisiera asegurarse de que estuviera segura. La codorniz batió sus alas y, con un último trino de gratitud, emprendió el vuelo, perdiéndose entre las ramas de los árboles y los cielos despejados del otoño.

Así, el galgo y el dóberman regresaron a su hogar, satisfechos y orgullosos de haber ayudado a su pequeña amiga. Sabían que, aunque sus caminos no se cruzaran nuevamente, siempre llevarían en el corazón aquella dulce amistad y el recuerdo de su valiente rescate.

author avatar
dorelchetia19

Entradas similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *