Arturo Velasco era conocido en su barrio como un skater apasionado, aunque la falta de recursos nunca le permitió tener el equipo de sus sueños. Nacido y criado en una familia humilde, Arturo siempre tuvo que ingeniárselas para seguir patinando, incluso cuando apenas podía permitirse unas ruedas decentes para su patineta.
Su situación económica era tan precaria que, mientras otros chicos entrenaban en modernas instalaciones o compraban tablas nuevas, Arturo se veía obligado a construir su propia rampa con restos que encontraba en la calle. Cada trozo de madera, cada clavo y cada pedazo de metal que lograba reunir eran como un tesoro que le permitía continuar practicando lo que más amaba. La rampa, hecha con un poco de ingenio y mucha dedicación, se convirtió en su espacio sagrado, donde perfeccionaba sus trucos.
Con el tiempo, Arturo se dio cuenta de que podía aprovechar su talento para salir adelante. Empezó a vender skates hechos a mano en las calles de Barcelona, reutilizando tablas viejas y creando diseños únicos. Poco a poco, su pequeño negocio comenzó a atraer la atención de otros skaters que valoraban su trabajo y su historia de superación.
Mientras Arturo luchaba por hacerse un nombre en el mundo del skate con esfuerzo y creatividad, su prima vivía una realidad completamente distinta en París. Ella, afortunada de haber nacido en una familia más acomodada, había sido seleccionada para representar a su país en las Olimpiadas. Aunque su carrera deportiva estaba impulsada por el esfuerzo y la disciplina, la vida que llevaba en la capital francesa parecía un sueño comparado con la lucha diaria de Arturo.
A pesar de las diferencias en sus vidas, ambos compartían una pasión por el deporte. Arturo, desde las calles de Barcelona, con su rampa hecha de restos y sus skates reciclados; y su prima, desde las pistas de entrenamiento de las Olimpiadas en París. Aunque uno vivía en la lucha constante y la otra en el lujo del deporte de élite, ambos demostraban que, al final del día, la verdadera esencia del deporte no estaba en los recursos, sino en la dedicación y el amor por lo que hacían.