Hace siglos, cuando la Vila de Gràcia era un pequeño pueblo aislado entre las colinas que rodean Barcelona, una figura misteriosa gobernaba desde las sombras: Salvatore, el rey de los vampiros. Su nombre era susurrado con reverencia y temor, y su historia se contaba solo al amparo de la noche, como advertencia para los curiosos y los incautos.
El Origen Oscuro
Salvatore no siempre fue un vampiro. Nació en el siglo XIV, en el seno de una familia de nobles catalanes. Era un hombre culto, refinado y amado por su pueblo. Su devoción al bienestar de la Vila de Gràcia era inquebrantable, y muchos lo consideraban un líder justo y sabio.
Sin embargo, su destino cambió una noche fatídica. Durante un viaje a los Pirineos, fue atacado por una figura que no pertenecía ni al mundo de los vivos ni al de los muertos: una vampira conocida como Isolde, una criatura tan hermosa como letal. Salvatore sobrevivió al encuentro, pero no como humano. Despertó con una sed insaciable y una inmortalidad que lo condenaba a la soledad eterna.
El Rey de las Sombras
Salvatore regresó a la Vila de Gràcia, pero ya no podía caminar bajo la luz del sol ni mirar a los ojos de los humanos que había amado. Decidió gobernar desde las sombras, convirtiéndose en el protector invisible de su pueblo. Bajo su reinado nocturno, la Vila prosperó, pero no sin un costo.
- La ley del diezmo de sangre: Cada año, una familia debía ofrecer un tributo de sangre a Salvatore. A cambio, él protegía la Vila de plagas, invasores y otros males. Aunque aterradora, esta ley era aceptada, pues Salvatore nunca mataba a sus donantes; solo tomaba lo necesario para sobrevivir.
- El pacto con los lobos: Salvatore selló una alianza con un clan de licántropos que habitaba las montañas cercanas. Los lobos patrullaban los límites de Gràcia, ahuyentando a aquellos que deseaban hacer daño a la Vila. A cambio, Salvatore prometió no interferir en sus tierras.
El Advenimiento de Doriel
Un día, un joven cazador llamado Doriel, conocido por su valentía y destreza, llegó a Gràcia buscando respuestas sobre la desaparición de su familia, quienes habían sido víctimas de vampiros en un pueblo cercano. Sin saberlo, Doriel había sido guiado allí por Isolde, la misma vampira que había transformado a Salvatore siglos atrás. Isolde deseaba derrocar a Salvatore y reclamar Gràcia como su territorio.
Doriel, armado con una cruz de hierro y estacas de madera, desafió las historias y se adentró en las criptas bajo Gràcia, donde Salvatore descansaba. Pero al encontrar al vampiro, no encontró al monstruo que esperaba. En cambio, Salvatore habló con serenidad:
—No soy el enemigo que buscas, joven cazador. Mi existencia es una penitencia, y mi pueblo vive gracias a mi vigilancia.
Doriel, confundido pero intrigado, escuchó la historia de Salvatore. Poco a poco, comprendió que el verdadero peligro no era el rey de los vampiros, sino Isolde, quien había manipulado su odio para destruir al único ser que protegía Gràcia.
La Batalla por la Vila
Esa misma noche, Isolde atacó. Llegó con un ejército de vampiros nómadas, decidida a tomar el control. Los cielos sobre Gràcia se llenaron de sombras y gritos, mientras las criaturas descendían sobre el pueblo.
Salvatore y Doriel, unidos por una causa común, lideraron la defensa. El vampiro usó su fuerza y sabiduría, mientras que el cazador empleó su destreza y fe. En una lucha épica bajo la luna llena, Salvatore se enfrentó a Isolde en el campanario de la iglesia de Sant Joan, el punto más alto de Gràcia.
La batalla culminó cuando Salvatore sacrificó parte de su esencia vampírica para destruir a Isolde. La explosión de energía purgó la maldad de los invasores, pero debilitó a Salvatore, dejándolo al borde de la muerte eterna.
El Legado del Rey
Doriel, agradecido y cambiado por la experiencia, prometió cuidar de Gràcia en nombre de Salvatore. Con su último aliento antes de desaparecer en polvo, el rey de los vampiros dejó una última instrucción:
—Protege este lugar. No por mí, sino por aquellos que llaman a este pueblo su hogar. Y recuerda, la oscuridad no siempre es el enemigo.
Desde entonces, la Vila de Gràcia floreció. Se dice que en las noches más silenciosas, cuando la luna está llena, aún puede verse la sombra de un galgo negro —el espíritu de Salvatore— patrullando las calles, asegurándose de que su pueblo permanezca a salvo.