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El Vagabundo de Sant Sadurní y su Condena

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En el pequeño pueblo de Sant Sadurní, donde las tradiciones y la comunidad marcaban la vida cotidiana, un vagabundo llegó una tarde buscando refugio. Vestía ropas gastadas, y su mirada reflejaba una mezcla de astucia y necesidad. Nadie sabía mucho de él, salvo que no era del lugar. Algunos lo miraban con desconfianza, otros con lástima, pero pocos se atrevían a acercarse.

Una noche, mientras paseaba por las calles desiertas, el vagabundo vio un pivote metálico, de esos que protegían los caminos empedrados. Pensó que podría venderlo en algún pueblo cercano o usarlo como apoyo en su andar. Sin pensarlo mucho, lo arrancó y lo escondió en su saco. No contaba con que, en Sant Sadurní, los vecinos vigilaban incluso en la oscuridad.

A la mañana siguiente, fue atrapado y llevado ante el consejo del pueblo. La alcaldesa, conocida por su firmeza, dictaminó un castigo inusual: dos semanas de penitencia. Durante ese tiempo, debía realizar labores duras para reparar el daño simbólico de su robo y devolver algo al pueblo.

La Penitencia

El vagabundo fue obligado a barrer las calles, cargar piedras para reparar muros, y limpiar los caminos del bosque. Las jornadas eran largas y bajo el sol abrasador. Con botas desgastadas y pies ya maltratados por sus viajes, pronto comenzaron a aparecer llagas dolorosas que apenas podía soportar. Aun así, siguió adelante, pues sabía que esa era la única manera de ganarse la libertad y algo de dignidad.

Los niños del pueblo, al verlo trabajar, comenzaron a seguirlo, curiosos por su historia. Algunos, conmovidos por su situación, le llevaban agua o un pedazo de pan a escondidas. Sin embargo, los adultos permanecían firmes en su castigo.

La Marcha Sin Botas

Al término de las dos semanas, el vagabundo había cumplido con su penitencia. Sin embargo, como último símbolo de su castigo, las botas, ya destrozadas, le fueron confiscadas como recordatorio de que debía abandonar el pueblo y no regresar. Con los pies descalzos, llenos de cicatrices, emprendió su camino. Algunos vecinos lo vieron partir desde las ventanas, preguntándose si la lección había sido justa o cruel.

Con el tiempo, el vagabundo se convirtió en una figura de leyenda en Sant Sadurní. Algunos decían que regresaba de vez en cuando, solo para observar desde lejos el lugar donde había aprendido que incluso los actos pequeños podían tener grandes consecuencias. Otros aseguraban haberlo visto ayudando a otros viajeros en caminos lejanos, siempre recordando su tiempo en el pueblo.

Y así, su historia quedó grabada como un recordatorio de que en Sant Sadurní, la comunidad cuidaba tanto sus bienes como sus valores.

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dorelchetia19

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