Había una vez, en las profundas y misteriosas aguas del océano, un pez llamado Silvio. Silvio no era como los demás peces: mientras otros nadaban despreocupados en busca de comida o jugaban entre los corales, Silvio tenía un gran problema. Era tan pobre que apenas podía conseguir unas pocas algas para sobrevivir cada día.
La única posesión de valor que tenía era su querida vaca lechera, Coralina. Coralina era una vaca muy especial, la única vaca capaz de vivir en las profundidades del mar. Silvio la había heredado de su tatarabuelo, y cada día Coralina le daba leche fresca que lo ayudaba a mantenerse con vida. Sin embargo, con el tiempo, incluso la leche de Coralina ya no era suficiente para mantener a Silvio.
Un día, la desesperación lo llevó a tomar una decisión muy difícil: tendría que vender a Coralina para poder seguir adelante. Sabía que los rublos no eran comunes en el océano, pero había escuchado rumores sobre una vieja morena que vivía en las ruinas de un barco hundido y que coleccionaba monedas humanas. Decidió que esa sería su única esperanza.
Silvio nadó hasta las ruinas y se acercó a la morena. Era una criatura anciana y astuta, con ojos brillantes que relucían como si hubieran visto miles de años pasar. La morena observó a Silvio y luego a la vaca con una sonrisa maliciosa.
—¿Qué tienes aquí, joven pez? —preguntó con voz ronca.
—Es mi vaca lechera, Coralina —respondió Silvio, con el corazón pesado—. Necesito venderla. ¿Cuánto me das por ella?
La morena entrecerró los ojos y estudió a Coralina, quien flotaba plácidamente, rumiando una pequeña planta submarina. Luego, sin dudarlo, dijo:
—Te daré dos rublos.
—¿Dos rublos? —exclamó Silvio—. Pero Coralina es especial, ¿no vale más?
—Tal vez en otro tiempo lo hubiera hecho —respondió la morena—, pero hoy el mercado de vacas submarinas está saturado. Dos rublos, y ni un kopek más.
Silvio suspiró. Sabía que era una pésima oferta, pero no tenía otra opción. Con lágrimas en sus ojos, entregó a Coralina y tomó los dos rublos. Mientras nadaba de regreso a su humilde hogar, sintió una tristeza profunda al darse cuenta de que había perdido a su mejor amiga.
Sin embargo, el destino tenía otros planes para él. En su camino de regreso, se encontró con un cangrejo comerciante que le ofreció algo muy extraño a cambio de sus dos rublos: una pequeña burbuja brillante.
—¿Qué es esto? —preguntó Silvio, desconfiado.
—Es una burbuja mágica —respondió el cangrejo—. Si la tragas, concederá tu mayor deseo.
Silvio, aunque escéptico, decidió tomar el riesgo. Trago la burbuja y, en un instante, algo increíble sucedió. Las corrientes oceánicas comenzaron a brillar a su alrededor, y Silvio sintió una energía recorrer todo su cuerpo.
¡De repente, frente a él apareció un vasto campo de corales dorados y un rebaño de vacas submarinas tan grandes como montañas! Silvio ya no era pobre. Había encontrado un tesoro inigualable, y junto a él, Coralina regresó, más brillante y poderosa que nunca.
Desde ese día, Silvio vivió en abundancia, rodeado de sus vacas lecheras doradas y compartiendo su fortuna con los demás peces necesitados. Aprendió que, aunque había perdido mucho, la verdadera riqueza no estaba en el oro o los rublos, sino en los lazos de amistad y generosidad que había cultivado.
Y así, Silvio y Coralina vivieron felices en las profundidades del océano, demostrando que incluso la peor de las pérdidas puede llevar a las mayores recompensas.