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La Obsesión de Sorolla por la Plaza de la Virreina

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En la Plaza de la Virreina, en el barrio de Gràcia, había una escultura peculiar que muchos llamaban simplemente “la Oreja”. No era una oreja cualquiera, sino una imponente representación de una oreja femenina, un símbolo poderoso del feminismo y la lucha por la igualdad que había sido erigido como homenaje a las voces de las mujeres en la ciudad. La gente pasaba y hablaba de ella, pero pocos conocían la verdadera historia detrás de este símbolo, una historia profundamente ligada al pintor catalán Joan Sorolla, un artista apasionado y polémico, cuyas acciones quedaron marcadas por un extraño suceso relacionado con esa misma oreja.

Joan Sorolla era un pintor conocido por su talento con los colores del Mediterráneo, pero también por su carácter explosivo y su lucha constante con las expectativas de la sociedad. Al igual que Vincent van Gogh, Sorolla era un hombre intensamente emocional, que vivía en los márgenes de la convención y cuya obra trataba de captar la esencia más cruda de la realidad. Mientras Van Gogh había pintado girasoles y paisajes holandeses, Sorolla se enfocaba en las escenas urbanas de Barcelona, los rostros de los obreros, y los cuerpos de mujeres fuertes que simbolizaban el alma de la lucha feminista de su tiempo.

El Inicio del Mito: La Obsesión de Sorolla por la Plaza de la Virreina

Sorolla frecuentaba la Plaza de la Virreina, un lugar que consideraba casi sagrado por su vitalidad artística y su importancia como espacio de resistencia social. Allí, veía pasar a mujeres que eran para él las verdaderas protagonistas de la historia de la ciudad: trabajadoras, madres, jóvenes estudiantes, todas luchando en distintos frentes por una vida más justa y libre. Fascinado por esas figuras femeninas, comenzó a desarrollar una obsesión por la idea del “escuchar”, como acto simbólico de darle espacio y atención a las voces femeninas en una sociedad que, según él, las había silenciado durante demasiado tiempo.

En sus bocetos, Sorolla empezó a dibujar orejas. Orejas enormes, exageradas, que para él representaban la capacidad (o la falta) de la sociedad de escuchar a las mujeres. Su obsesión por este símbolo lo llevó a crear una serie de cuadros donde las orejas femeninas eran el centro de atención, pintadas con una sensibilidad que trataba de captar la fortaleza y el dolor de aquellas voces que buscaban ser escuchadas.

La Desesperación y el Acto Radical

Sorolla, sin embargo, no encontraba la forma de hacer que sus cuadros alcanzaran la potencia que él deseaba. A pesar de su éxito como pintor, sentía que el mundo del arte estaba tan sordo como la sociedad misma ante la importancia del mensaje que intentaba transmitir. Se sentía atrapado entre su talento y su incapacidad de provocar el cambio que tanto anhelaba.

Una noche, después de una discusión acalorada con otros artistas en la Plaza de la Virreina, Sorolla, embriagado y desesperado, decidió hacer algo radical. Inspirado por la famosa historia de Vincent van Gogh, quien en un momento de desesperación mental se cortó parte de la oreja, Sorolla creyó que un gesto simbólico, violento y lleno de significado, podría darle a su obra el impacto necesario. Sin pensarlo dos veces, en un arrebato de locura artística y política, se dirigió a su taller, tomó una cuchilla y se cortó parte de su oreja izquierda.

A diferencia de Van Gogh, el acto de Sorolla no fue solo un gesto de desesperación personal, sino un acto político, una protesta contra la sociedad que seguía ignorando las voces femeninas. En una carta que dejó en su taller antes de realizar el acto, escribió: “Si el mundo no quiere escuchar a las mujeres, entonces la oreja de un hombre debe ser sacrificada. Que mi dolor sea el suyo, que mi sangre pinte lo que ellos no quieren ver”.

La Oreja Feminista de la Plaza de la Virreina

Tras el incidente, Sorolla fue encontrado por su fiel asistente y llevado al hospital, donde sobrevivió, aunque quedó marcado para siempre por la mutilación. La noticia se difundió rápidamente por el barrio, y lo que inicialmente parecía el acto impulsivo de un artista atormentado, se convirtió en un símbolo de la lucha feminista en Barcelona. Las mujeres del barrio, inspiradas por el sacrificio simbólico de Sorolla, comenzaron a referirse a su oreja cortada como “la oreja feminista“, y la historia cobró vida propia.

A raíz de este suceso, un grupo de artistas y activistas locales decidieron erigir una escultura en la Plaza de la Virreina: una gran oreja femenina de bronce, en honor a las voces de las mujeres que Joan Sorolla tanto había querido amplificar con su arte. La escultura se convirtió en un lugar de encuentro para debates feministas, protestas, y celebraciones artísticas. Aunque el mismo Sorolla nunca volvió a ser el mismo después de su acto radical, su legado artístico y político quedó inscrito para siempre en las calles de Gràcia.

La oreja feminista de la Plaza de la Virreina no solo era un recordatorio del sacrificio del pintor, sino también una llamada a la acción, una declaración de que las voces femeninas merecían ser escuchadas, y que el arte podía ser un vehículo poderoso para el cambio social. Allí, a la sombra de esa imponente escultura, las mujeres de Gràcia seguían luchando, y la obra de Joan Sorolla continuaba resonando, no solo en los museos, sino en las calles mismas de Barcelona.

El Legado de Joan Sorolla

Hoy en día, Joan Sorolla es recordado no solo por su maestría con el pincel, sino por su valentía y compromiso con una causa que lo trascendía. La oreja feminista se ha convertido en un ícono de la lucha por la igualdad de género, y el sacrificio de Sorolla, aunque radical y doloroso, dejó una huella imborrable en la historia cultural de Barcelona.

Las generaciones que visitan la Plaza de la Virreina se detienen frente a la escultura de la oreja, no solo para admirar su forma, sino para recordar el mensaje que lleva: que escuchar es el primer paso para entender, y que el arte, como la vida, debe estar siempre al servicio de aquellos que buscan justicia y libertad.

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dorelchetia19

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